El maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), Alberto Salcedo Ramos, revisa el estado del periodismo y la riqueza de la crónica en tiempos de escaso asombro.
Entrevista: Jesús Raymundo
@DoctorTilde
El rostro y el aliento de las noticias se asemejan a la rutina y a la pereza. En todas partes, el periodismo se inclina ante un viral que no ha sido recogido por el reportero. Se asombra ante la declaración de una figura mediática que genera conflicto y de una cifra que carece de contexto. Se olvida, a diario, de las historias que surcan el tiempo, las fronteras y las culturas.
Incluso las crónicas, que los diarios publican cada vez menos, saben a lo mismo. En la otra orilla, con una voz que inspira, se encuentra Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, 1963), quien fue uno de los invitados de la 21.a Feria Internacional del Libro de Lima. Habla sobre el periodismo informativo y narrativo con la autoridad cimentada por la experiencia, la investigación y la reflexión.
Periodismo de urgencia
¿Cuán difícil es descubrir historias, investigarlas y narrarlas en días en que los medios masivos son seducidos por los virales y los periodistas ya no quieren ensuciarse los zapatos?
Hay que hacer un periodismo que se ensucie de calle, en el que uno interactúe en profundidad con los personajes que cuentan historias. Hay que hablar con la persona, conocerla en su hábitat, quedarse allí tanto tiempo como sea necesario y ser testigo de alguna información de su vida durante el tiempo en que se investiga sobre el personaje. El periodismo se ha convertido en un oficio donde lo urgente le ha ido quitando espacio a lo importante.
El periodismo se está reduciendo, además, a un escaparate de citas textuales.
Alma Guillermoprieto, periodista mexicana, dice que el periodismo se ha convertido en esclavo del síndrome del entrecomillado. Todo el mundo anda con una grabadora tratando de capturar una frase que pueda volverse viral en las redes sociales. El periodismo se ha convertido en un oficio donde la única herramienta de interacción con la realidad es prender una grabadora delante de alguien y hacerle preguntas.
¿A dónde nos conducen tantas preguntas con escasa o nula investigación que generan respuestas con frases hechas o lugares comunes?
Los periodistas hacemos tantas preguntas que con estas construimos una cárcel que nos aísla de las personas. Hacemos tantas preguntas que, a veces, no nos da tiempo de recibir las respuestas, porque el personaje está contestando y le disparamos esas preguntas que le corta la respuesta anterior y esto es como un diálogo de sordos. Creo en un periodismo que va más allá de las preguntas, donde uno puede estar con el personaje en su hábitat, en todos sus espacios y verlo en diferentes momentos y lugares.
¿Periodismo de datos?
Este periodismo también está a la caza de una cifra, pero se olvida del contexto.
Yo no desconfío de las cifras, pero quedarse solo en la cifra es muy triste. Veo que se está ponderando algo que se llama periodismo de datos, que es la continuación de la creación llamada periodismo de investigación. Es como una marquilla que se crea para reciclar la misma proyección y el mismo prejuicio.
De pronto, hemos olvidado que el periodismo siempre es con datos.
El periodismo siempre es de datos y de investigación. No se puede hacer periodismo sin investigación ni datos. Héctor Rojas Herazo, escritor y periodista colombiano, decía: “Me gustan los que buscan la verdad, pero desconfío de quienes creen haberla encontrado”. Cuando hago periodismo siempre tengo un ojo puesto en esta máxima.
Hay quienes piensan que la crónica tiene que ser extensa. Todo lo contrario, debería ser tan breve como se pueda, o tan larga como se deba.
¿Por qué se habla de nuevo periodismo o periodismo narrativo como si la crónica fuera una creación reciente?
Es un prejuicio. Así como critico al periodismo de datos, hago la crítica a la corriente de la crónica. Es como si estuviéramos descubriendo que el agua moja, y no es así. Siempre ha existido en América Latina una necesidad de dejar el testimonio sobre la realidad que nos atropella, porque en esta región no solo vivimos la realidad, sino que también somos atropellados por ella. Es una realidad de vértigo.
La crónica y la capacidad de asombro
El escándalo y el conflicto son dos ingredientes que están presentes en la agenda informativa.
La prensa de América Latina no está hecha de historias importantes, sino de escándalos. Vivimos el vaivén del ruido del momento, como la declaración destemplada de un ministro contra otro o el hecho impúdico de una actriz que se grabó un video pornográfico. Siempre estamos viendo la realidad a través de los ojos del escándalo. En este contexto, la crónica tiene una función muy importante: preservar la capacidad de asombro.
¿Cuánto aporta esta capacidad de asombro para ver con ojos diferentes a los personajes que no son mediáticos?
Martín Caparrós dice que la crónica es política porque se revela con la idea de que lo importante les pasa a pocos y les afecta a muchos. La gente excluida solo es noticia cuando vive una tragedia o un drama. A quienes venimos haciendo crónicas nos siguen preguntado por qué nos ocupamos tanto de los perdedores, pero nunca preguntan a los directores de los medios por qué se ocupan tanto de los ganadores, es decir, del presidente o del ministro, o por qué sus editoriales son de gente poderosa y triunfadora. La crónica es un género que se preocupa por crear memoria de personas cuyas voces no se oyen porque están en la periferia.
¿Cómo investiga el cronista sobre la vida de estos personajes que no aparecen en internet ni en los archivos periodísticos?
Debe ir más allá de las preguntas y las respuestas, aunque eso no implica que no utilice preguntas. Tiene que permanecer ahí mismo y ver al personaje en su vida cotidiana y acompañarlo. Debe hablar con más personas para que el texto no solo tenga la voz del protagonista, sino que otras nos ayuden a entenderlo y a ponerlo en contexto. La investigación pasa por alimentar la curiosidad y encontrar pretextos felices para que no se agote, sino que conduzca a otras curiosidades. Ese es el buen motor del periodismo.
Talleres de crónica
Has señalado que en los talleres de crónica que compartes con jóvenes existe un aprendizaje mutuo. ¿Qué otras satisfacciones te brinda el hecho de trabajar con ellos?
Hay una frase muy linda de Jaime Sabines, poeta y político mexicano: “Después de cierta edad, a uno la juventud solo le llega por contagio”. Al interactuar con estos chicos es como si nos pusiéramos una bala de oxígeno en la sangre. Uno se llena de motivación. A mí me produce gran alegría estar en un espacio donde descubro el talento de muchachos que quieren comerse el mundo o que tienen el talento, pero aún no se dan cuenta. La pedagogía es una construcción colectiva: no parte de la voz de un profesor que unilateralmente esparce su conocimiento. Creo en una pedagogía donde profesor y estudiantes plantean preguntas y, entre todos, empiezan a construir una respuesta.
¿Qué aprendizajes y mensajes sueles compartir en estos espacios íntimos?
Siempre hago una defensa de la lectura. Antes de escribir, aprendemos a leer. Eso no es gratuito, ya que nadie nace leyendo ni escribiendo. Si uno no lee, no puede escribir. Como dice el escritor inglés Aidan Chambers, “Uno escribe para leerse”. Leer es la condición primera. Uno mismo es el primer lector de su propio texto, incluso puede que sea el único. Buscamos nuevos referentes dialogando con escritores que nos ayuden a mejorar al escritor que también está adentro de nosotros. Para mí, la escritura es polifonía: es el encuentro con voces que ayudan a encontrar mi propia voz. Por lo tanto, siempre hago una defensa del lector.
La crónica es un género que se preocupa por crear memoria de personas cuyas voces no se oyen porque están en la periferia.
¿Qué debemos leer?
Debemos leer lo que nos guste, lo que nos apasione, lo que nos enganche. No hay nada peor que leer por compromiso o por moda o por esnobismo. Defiendo la idea de abandonar un libro si no ha capturado nuestra atención, si no nos ha envenenado felizmente para que nos quedemos a vivir en sus páginas. Hay que leer de todo. A mí me gusta mucho leer poesía, porque ayuda a afinar la puntería. En prosa, una línea mala no arruina un buen libro. En un poema, un mal verso dañó todo el poema. En poesía, uno aprende a tener precisión en el dardo. El poeta está obligado a que todas sus flechas den siempre en el blanco.
Periodismo, crónica y memoria
¿Por qué los diarios no acogen la crónica con la misma naturalidad de la nota informativa?
La crónica es un género de nicho: no es masiva. Es un género que convierte la información en narración con el fin de convertirla en memoria y de hacer que su consumo no sea el del día a día, como el periódico, sino que pueda estar en el anaquel de una biblioteca o en una mesita de noche. La crónica es periodismo para la memoria. Por lo tanto, no se puede publicar todos los días: demanda una mayor inversión económica y de tiempo de trabajo.
¿Cuánto beneficia a la crónica el hecho de ser un género de nicho?
A mí no me molesta que la crónica sea un género minoritario. Al contrario, potencia su naturaleza y esencia. Uno debe escribir crónicas sobre hechos que despierten en uno el instinto narrativo, que exciten la capacidad de dejar un testimonio.