Esta es la ruta de una terrible historia de amor. La crisis obligó a una mujer querida por todos los que la conocían a abandonar su ciudad natal en Ecuador para encontrar un trágico final en una concurrida calle limeña.
Jorge Atarama Sandoval
@Jorge.Atarama
Diez horas y cuarenta y ocho minutos antes de morir, Milena Álvarez Litardo, de veintidós años, escribió en su muro de Facebook: “Lo fácil ya lo hice, lo difícil lo estoy haciendo y lo imposible sé que con Dios lo voy a lograr”. Quince días antes viajó desde Quevedo, su ciudad natal, en Ecuador, hacia el Perú para realizar misteriosos estudios que no aparecen registrados por ningún lado.
Quevedo es una cálida ciudad, a setenta y cuatro metros sobre el nivel del océano Pacífico, cercana a la altura de la mitad del mundo, por lo que es sazonada con la dualidad de climas influenciados por la corriente de El Niño, de noviembre a marzo, y la corriente de Humboldt el resto del año. La temperatura es, en promedio, de 25 °C. El Niño trae las lluvias, y Humboldt, el frescor.
Entre la inocencia y los sueños
A los quince años, Milena salió embarazada de Israel Bermúdez Barros, un tipo diez años mayor que ella. Las convicciones familiares y las leyes del país de ninguna manera le brindaron la opción de interrumpir la “bendición”. Las preocupaciones por la temprana responsabilidad se fueron diluyendo ante la buena disposición del padre, quien reconoció plenamente su paternidad.
Sandra, la madre de Milena, estaba más tranquila, no solo por la preciosidad y salud de su primer nieto, sino porque temía que a su hija le sucediera lo mismo que a ella: ser desafortunada en el amor. Tuvo tres compromisos que le dejaron la compañía de buenos hijos, a quienes sacó adelante con amor y carácter. Dos de sus amores escaparon a otros lares y el último, el que parecía que por fin era el amor de su vida, el soñado, el definitivo, el que había compatibilizado con su historia, se fue de este mundo después de una extraña enfermedad. “Dios tiene formas misteriosas de actuar y todo pasa por algo bueno, ya tengo un angelito maravilloso que me cuida desde el cielo”, compartió en un recordatorio en sus redes sociales.
Milena encontró en el padre de su hijo —quien, al enterarse del embarazo, como un acto reflejo, pidió ser su esposo— no solo a la pareja proveedora, sino también una escondida paternidad que nunca había tenido, alguien que se preocupaba por su destino. Él respondió no solo por su hijo —su vestimenta, su alimentación y su cariño—, sino también por ella, para que culminara sus estudios de bachillerato escolar y que se desarrollara plenamente.
Las fotos de su graduación muestran a la pareja con su pequeño: ella con toga, derrochando radiante orgullo. Eso sí, él no era como ella, curiosa e inteligente para lo académico; al contrario, prefería beber de las aguas de la experiencia y meditar con sus efectos. Decía con orgullo que la vida misma era su universidad. Su buen hablar y su porte respetable provocaba una condescendencia en su barrio y con todo aquel que lo conociera. Eso le dio la oportunidad de tener contactos políticos desde temprana edad. Primero, con el Gobierno de Rafael Correa, a quien considera un jefe, un avatar del desarrollo latinoamericano. También colaboró en la campaña de 2006 y formó parte de la revolución ciudadana propugnada por su líder. Finalmente, celebró su reelección, lo que le trajo una tranquilidad económica, pues abundaban los trabajos de pintura, artes callejeras, albañilería, etc.
La prosperidad cobró sentido cuando conoció a Milena, a quien la acompañó, la escuchó, la amó. Juntos sufrieron cuando llegó el fin del gobierno del “compañero presidente”. La calma regresó con el triunfo del “compañero” Lenin Moreno. La estabilidad económica continuó a duras penas con la llegada de la pandemia y decayó, en 2021, con la derrota del partido y la victoria de un nuevo presidente.
En busca de la esperanza
La crisis se agudizaba, pero descubrieron que “Dios aprieta, pero no ahorca”. Mientras revisaban los anuncios clasificados en los periódicos, llegaban al país nuevas oportunidades laborales desde el sur, en el Perú, pero estas requerían sacrificios que pondrían a prueba su amor.
—Es solo por un tiempo mi amor —le dijo después de celebrar su cumpleaños en enero.
—Pero mi amor, ¿no te pondrás celoso?
—Es duro para todos, pero no hay otra alternativa, tenemos gastos, se vienen las clases del colegio de nuestro hijito y hay que aprovechar el verano en Lima. Allá nadie nos conoce. Los meses más fríos serán más difíciles.
Y a regañadientes lo hizo. Llegó a Lima mediante un contacto en la ciudad ecuatoriana de Santo Domingo. Todo estaba arreglado. Llevaba quince días trabajando en jirón Zepita: una nueva zona rosa limeña que se había formado, primero, solo con peruanas y, con el tiempo, se convirtió en un centro cosmopolita de oferta sexual. Ahora es posible encontrar venezolanas, ecuatorianas, colombianas y, según cuentan, alguna vez llegó una graciosa morena haitiana de pequeñas trenzas y de hablar afrancesado. Sus calles, conforme avanzan las horas, se nutren de belleza en una pasarela informal.
Después del primer día de trabajo en Lima, se sintió sucia. Cuando vio a Israel, se puso a llorar. Él intuyó que necesitaba su amor con más urgencia y la auxilió amándola como nunca. Logró calmarla prometiéndole su amor incondicional más allá de la carnalidad. Así, crearon un mundo raro de sacrificios que los santos y la divinidad que lo sabe todo comprenderían.
Luces y sombras de verano
En la noche del sábado veraniego en el jirón Zepita, el ambiente bullía con símbolos de alegría: música, pasos de baile y risas. Milena se acercó a comprar unas golosinas y a encargarle sus cosas al cajero, como era costumbre. Las cámaras de seguridad captaron sus últimos momentos: le regaló una sonrisa agradecida a la posteridad.
Cuando se integró a la pasarela informal, muy cerca de las diez de la noche, dos motocicletas ingresan veloces al jirón Zepita. Eran cuatro personas. Las cámaras registraron cómo, con una aguda mirada, identificaron a sus víctimas. Según criminalística, vaciaron dos cacerinas de una pistola Glock 25, calibre 380 automática. Dos mujeres ecuatorianas muertas: Milena y Gabriela Carranza Aveiga, de treinta y dos años, y cuatro heridos.
A solo cuatro cuadras del hecho se ubica un complejo policial que incluye a la Dirección de Investigación Criminal (Dirincri), la región policial Lima y la comisaría de Alfonso Ugarte. El coronel PNP Víctor Revoredo, jefe de la División de Homicidios, manifestó que “se maneja la hipótesis de una disputa de organizaciones criminales extranjeras dedicadas al proxenetismo: El Tren de Aragua, Los Malditos de Carabobo o Carro del Oriente”. En tanto, Ángela Villón, presidenta de la Asociación de Trabajadoras Sexuales, explicó que estas bandas cobran cupos para dejar que las chicas trabajen tranquilas. “Lo normal son veinte soles diarios, pero ahora piden entre doscientos y trescientos soles semanales para trabajar con ‘seguridad’. Estos asesinatos sirvieron para amedrentarlas”.
Los días siguientes fueron de tensión y ausencias en el jirón Zepita, pese al mayor resguardo del Serenazgo de la Municipalidad Metropolitana de Lima y de la Policía. Conforme pasan los días, los policías y los ciudadanos se olvidan del asunto. Por su parte, los familiares pidieron ayuda para repatriar los cadáveres al Ecuador y desearon que, de forma discreta, se olvidaran de los hechos. No piden justicia humana, sino que confían en la justicia divina, que hará pagar por sus crímenes a los responsables.
En las redes sociales, el esposo de Milena es asediado con miles de mensajes. Por un lado, lo responsabilizan de su muerte y, por el otro, lo animaban a luchar por su hijo, que deje de intentar quitarse la vida y que confíe en los misteriosos designios de Dios.
✍ Trabajo final del Curso Virtual Crónicas Contra el Olvido, dictado por el maestro Eloy Jáuregui en la Escuela de Comunicaciones Artífice (ECA).